Esta semana todos hemos visto o leído algo del incendio de
la Catedral de Notre Dame, incendio que como todos supone una pérdida enorme a
cualquier bien patrimonial que lo sufra y más aún si afecta a un Patrimonio de
la Humanidad como esta catedral, construida mayoritariamente en los siglos XII-XIII, ejemplo de la arquitectura
gótica.
Entre una de esas lecturas nos llamó la atención la
publicada en el especial Papel del
miércoles 17 de abril del periódico El Mundo, donde titulaba un de los artículos
como la “La Catedral de Los Misterios” y no se refiera a los aspectos
religiosos o místicos, sino que indica que sobre la construcción de la catedral
“no hay muchos documentos sobre su financiación y origen de los arquitectos”.
Igualmente indica que los constructores rara vez dejaron nombres o planos de lo
que se ejecuto. Obviamente los misterios sobre su construcción no residen en lo
“que se ve” sino lo que queda escondido, enterrado entre los cimientos u oculto
tras los elementos que la conforman, y que muchas veces por este mismo motivo
no se le presta todo el asunto que debería.
No es objeto de esta entrada valorar lo importante del
mantenimiento de las edificaciones, de lo que ya hemos hablado en otras
entradas, y menos buscarle relación con lo acontecido en Francia, pero sí que
debemos poner en valor la importancia de tener la información necesaria para
poder llevar a cabo esta importante labor.
En España se aprobó en 1999 la Ley Ordenación de la
Edificación, la famosa L.O.E., que compartía acrónimo con la de educación desde
2006, pero la diferencia que la de la edificación aún está vigente. En dicha ley relata
la documentación que debe ponerse a disposición del promotor de una obra al
finalizarse esta, entre ella habla del Libro del Edificio, que es el término
utilizado para referirse al conjunto de documentos que van ligados a la
ejecución de la obra y tienen relevancia en la vida útil de la edificación, que
si queremos que sea duradera deberá prestarse mucha atención.
Entre esta documentación se indica que debe haber una copia
del proyecto incorporando todas las modificaciones que este haya sufrido. Alguien
ajeno a la actividad constructiva podrá pensar que estas modificaciones no
deben ser muchas, pero la realidad es que una obra está viva en todo su
conjunto, y por tanto susceptible a sufrir muchas variaciones durante el tiempo
que dure la obra, incluso si sufre alguna paralización su concepción cambia. Aquí es donde toma
protagonismo los llamados planos as-built,
que en una traducción literal vendría a decir “como se construyó”. La
metodología BIM y su interoperabilidad con archivos de formatos abiertos IFC,
presentan una oportunidad para que, desde la fase de proyecto y durante la
evolución de la obra hasta su finalización, se obtengan unos planos as built con el estado actual del
edificio, y una vez puesto en servicio, mantenerlos durante todo el ciclo de
vida del edificio, favoreciendo la centralización de los documentos necesarios
para el mantenimiento.
Pero esta documentación gráfica tan básica no sirve de mucho
si no viene acompañada del resto de los documentos que permitan saber los sistemas
constructivos empleados, tipología y vida útil de los materiales, manuales de
mantenimiento de las instalaciones, garantías y todo aquel documento que
permita a los usuarios finales controlar las labores de conservación y mantenimiento
de forma análoga a como lo hacemos con un coche.
En resumen el libro del edificio es un documento de una
importancia tremenda, que normalmente no se completa, sino en los términos
mínimos que se exige para el cumplimiento de la norma, pero que debe tomar el
protagonismo que merece ya que será parte fundamental para lograr un correcto
mantenimiento, abaratando costes y minimizando los riesgos de tener que
realizar actuaciones más profundas.
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